Papá, acostumbrado a desandar las
maravillosas avenidas del tiempo, me alertó de
muchas cosas, pero sobre todo a mirar de frente a la mujer que se cruzara en mi
camino como un
rayo de luz inesperado. Según él, todo cuanto diría, lo aprendió de un hada que
alguna vez robó su amor.
Cerciórate –me dijo- que sea una mujer que
solo busque a un hombre que ame la vida, y que a su vez desee que este burle la
muerte hasta enloquecerla, y que no tema lanzarse sin paracaídas a mil metros del suelo por saberse
dueño de unas alas inmensas.
Estarás en buena ruta si esa mujer que está
frente a ti, busca a un hombre que guste dormir bajo la lluvia y que le seques su
humedad entre tus brazos, y que busque además, a un hombre que viva cada
instante como si fuese a morir mañana.
Atiéndela –insistió-, si busca a un hombre
de mirada prohibida, que no mienta cuando la amen en sueños de noches
infinitas y aterciopeladas, a un hombre que no le duela amar sus tristezas.
Si esa mujer que se cruza en tu camino te
asegura que busca al hombre que no se preocupe por los sonidos del tiempo, y derroche
las reservas de los manantiales evadiendo cualquier pronóstico de sequía, no
dejes de ocuparte hijo mio, sentenció.
Préstale atención –siguió diciendo-, si esa
mujer te dice que busca a un hombre que le sangren los pies por recoger
romerillos escondidos con el solo pretexto de cubrirla del invierno, que la
llenen de besos infinitos, y queese hombre que busca amanezca pronunciando su
nombre porque ha olvidado sin quererlo, contarle una historia sencilla y le
repita mil te quieros.
No dejes de lado -comentó-, si esa misma
mujer está buscando a alguien que la acompañe en sus demencias y le puedan
mostrar el camino de regreso a la cordura, si necesita al hombre que recorra el
mundo para regalarle un unicornio dibujado con los colores de todo el
universo.
Mi padre me aseguró que estaría muy cerca de
la felicidad si encontrara a una mujer que buscara a un hombre que mire las
estrellas para cerciorarse de que aún le pertenecen, que añore que le desgarren
sus ropas y desnuden su cuerpo, que le besen su sombra, le redescubran con
dedos inquisitivos las líneas de sus cabellos, y le susurren melodías que no
existen en el tiempo.
Aparecerá alguna vez esa mujer, hijo mío.
Aparecerá en el tiempo, vestida de luces y con brillo en la mirada, y te darás
cuenta porque colocará anuncios en todos los sitios posibles, en las aguas de
algún riachuelo, en las nubes.
Si esa mujer llegara a tu vida, hijo mio, no
la dejes escapar, ni siquiera si llega cuando ya tengas las alas cansadas, y
tengas que detener tu compás sediento, porque ese día, descubrirás que sin ella,
todo perderá sentido.
--Eso si hijo mio, exígele solo una cosa
para saber que es real. Deberá venir hasta ti descalza, y sin nada que cubra su
cuerpo, como
signo de que nada es falso en sus reclamos.
“Ocurrirá alguna vez, y ese día, serás el
más feliz de los mortales”, concluyó papá, antes de darme la espalda y salir
silbando una tonada.
Por Miguel
Fernández Martínez
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