martes, 17 de julio de 2012

Consejos de papá


     Recuerdo que una noche de tranquilos vientos y luna encapotada, mi padre se sentó a mi lado para espantar curiosidades, esos fisgoneos adolescentes que atormentan e iluminan y que ahora, entre canas y bigotes manchados por la vida, se convierten en memorias imborrables.
   Papá, acostumbrado a desandar las maravillosas avenidas del tiempo, me alertó de muchas cosas, pero sobre todo a mirar de frente a la mujer que se cruzara en mi camino como un rayo de luz inesperado. Según él, todo cuanto diría, lo aprendió de un hada que alguna vez robó su amor.
   Cerciórate –me dijo- que sea una mujer que solo busque a un hombre que ame la vida, y que a su vez desee que este burle la muerte hasta enloquecerla, y que no tema lanzarse sin paracaídas a mil metros del suelo por saberse dueño de unas alas inmensas.
   Estarás en buena ruta si esa mujer que está frente a ti, busca a un hombre que guste dormir bajo la lluvia y que le seques su humedad entre tus brazos, y que busque además, a un hombre que viva cada instante como si fuese a morir mañana.
   Atiéndela –insistió-, si busca a un hombre de mirada prohibida, que no mienta cuando la amen en  sueños de noches infinitas y aterciopeladas, a un hombre que no le duela amar sus tristezas.

lunes, 16 de julio de 2012

Amor a primera vista

    Si alguien tiene dudas que el amor a primera vista existe, que me avise. Le contaré una historia de encantos reales que todavía cargo como divino fardo.
   Llevo mucho tiempo con ella metida dentro. Perdí la cuenta de cuánto, y más que una obsesión,  se me convirtió en ilusión que acaricio a distancia, aun sin saber a dónde me conducirá el futuro.
  No recuerdo cuándo fue la primera vez que la vi. Dios sabrá en que grupo de colegas estaba y en qué lugar nos encontramos. Solo sé que a partir de ese minuto comencé a leer con disciplina espartana sus artículos y sus crónicas, en un ejercicio que me permitía descubrirla a través de las letras impresas en los diarios que mantenían viva su presencia.
  Traté de cubrir su ausencia con otros brazos, con otros mimos, pero resultaba absolutamente imposible olvidarla. La veía desandar en los salones donde coincidiamos para conciliar criterios, y pasaba las reuniones escudriñando a distancia para encontrarme con su pelo suelto, mordisqueando el bolígrafo y sin percatarse que alguien estaba pendiente de su presencia.
   Jamás pasó de un formal saludo, a pesar de mis intentos por acercarme, pero era feliz mirándola de lejos, viéndola llegar o partir, o riendo en grupo, o alejada del gentío. Lo importante era saber que estaba, que existía.